Nos quedamos en Namaacha para conocer cómo le fue la experiencia a otra de nuestras voluntarias:

Para mí es realmente difícil ver como muchos menores pasan por situaciones desesperadas, que anulan su infancia. Al viajar a Namaacha pensaba en que situación tenían las niñas y niños que iba a conocer. Me di cuenta que muchos de ellos, se conforman con que solo se les preste atención a sus problemas, que se les escuche y se les de cariño.

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Es estupendo poder compartir las ilusiones con ellos, compartir sus tareas, las pequeñas cosas del día a día. O sobre todo cuando algunos me han dicho la frase más corta pero con más valor: Te quiero.

Cuando me planteaba realizar el voluntariado, tenía la convicción de que iba a poder contribuir a que algunas personas se sintiesen mejor, que sintiesen mi apoyo, que podía ayudarles a mejorar sus condiciones de vida, darles cariño, creía que iba a dar, ayudar, a comprender. Y de pronto, cuando te ves inmersa en la experiencia, descubres que lo que vas dando se devuelve multiplicado, y es a ti a quien le dan cariño, atención, amistad, compresión, entusiasmo… es una experiencia preciosa. Además, poder conocer otra realidad bien distinta, te abre mucho los ojos, aunque a veces, se nublen por las lágrimas, es inevitable.

En definitiva el voluntariado ha sido para mi: caminar juntos, ayudarles, consolar, abrazar, atreverse, combinar mis inquietudes, acompañar desde la felicidad, descubrir, ilusionarme, participar con ganas, compartir sonrisas, encontrar esperanza, tener paciencia, sostener, juntarse, llenarme, crecer, poder, tener complicidad, palpitar, superar miedos, romper algunas cadenas, apoyar al débil, tener una mirada más amplia, sembrar, tocar, celebrar, amar, considerar al prójimo, compartir la vida, dar lo que soy.

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