Viajamos desde Moatize hasta México para conocer la experiencia del voluntario que ha estado en el campo de trabajo de Tepantlali durante este verano. Esperamos que os guste!

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Al emprender mi gran viaje hacia Santa María de Tepantlali estaba lleno de energía, ilusión y para que engañarnos nervios. Tenía unas ganas impresionantes de ir pero no sabía lo que me iba a encontrar debido a que era mi primera vez que realizaba un viaje de este estilo, además de uno tan largo.

Una vez que me monte en el avión con la compañera con la que fui, no pude dormir en todo el viaje de las infinitas sensaciones y nervios positivos que me invadían la cabeza.

Ya en el pueblo nos fueron presentando a la gente y enseñándonos todo, la verdad que eran personas maravillosas y encantadoras, los cuales posteriormente se convirtieron para mí, en familia.

Cada vez iba conociendo más su cultura, sus tradiciones y sus festividades, y a medida que pasaba el tiempo me iba enamorando más y más de sus formas de vivir, carácter, personalidad y sobretodo de sus valores.

Los primeros días estuvimos en el centro juvenil por la tarde principalmente y conociendo ese lugar tan maravilloso que sería mi casa. Tuve la gran suerte de asistir a una ceremonia única, que fue la elevación de la iglesia a parroquia, por lo que vi de lleno ceremonias tradicionales. Además asistimos a las clausuras que eran como graduaciones de cursos escolares que eran sencillamente fantásticas, donde realizaron los niños infinidad de bailes típicos con sus respectivos vestidos tradicionales.

Pasadas las dos primeras semanas con el fin del curso de los niños, comenzamos el trabajo en el centro mañana y tarde, donde realizábamos principalmente, entre otras actividades, repaso escolar, manualidades y talleres, y juegos dedicados al ocio y tiempo libre.

En el centro los niños eran maravillosos, muy trabajadores y comprometidos, con ganas de aprender y sobretodo muy educados, respetuosos y amables. Aprendí de ellos muchísimo, su bondad y cariño era increíble, y nos lo pasábamos genial jugando y enredando, eran muy cariñosos y agradecidos. Les cogí un cariño y amor impresionantes.

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Al centro también acudían mujeres para realizar un taller de costura, en el cual aprendí a bordar con ellas y con mis compañeras.

Además de esto estuve realizando diferentes labores con el pueblo, como ayudar a entrenar a los equipos de baloncesto de los niños y niñas, porque tienen una gran afición a dicho deporte. También estuve trabajando con un discapacitado del cual siento un cariño enorme porque tuvo un avance espectacular en su rehabilitación y bastaba con una mirada cuando entraba por la puerta para ver su alegría e ilusión, llegue a sentir una conexión única sin hablar. Nos reíamos juntos muchísimo y nos hacíamos rabiar de una manera única. Aparte estuve trabajando con algunas familias y otros sectores más desfavorecidos y marginados.

Estas tres semanas posteriores se pasaron como si nada, cada día disfrutaba más y aunque estuviera cansado, ellos me daban la energía que necesitaba. Me levantaba cada día antes de que apareciera el sol y me iba a dormir casi a media noche pero estaba con una vitalidad impresionante, era algo único y muy gratificante.

La verdad que en todo ese tiempo que estuve en Tepantlali intente hacer lo máximo posible y ayudar en todo lo que pudiera, pero en realidad aprendí y me ayudaron más ellos a mí que yo a ellos.

Me llevo a grandes personas, amigos, hermanos, familia, gente impresionante y maravillosa que son puros luchadores y que merece la pena conocer. He aprendido muchísimo de ellos, y sinceramente me han ganado mi corazón, estoy enamorado de esas personas tan increíbles y de ese lugar tan maravilloso.

Lo único que estoy deseando es volver a verlos e intentar ir lo antes posible, porque son gente excepcional.

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